Echar de casa a un adicto: testimonio de un padre

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Este es el testimonio del padre de un adicto que, por amarlo de forma responsable, tuvo que echarlo de casa. Nadie mejor que una persona que ha vivido esta experiencia para hablarte de lo que supone echar de casa a un adicto. Gracias, José Antonio, por tu valentía.

Tengo una frase grabada a fuego en mi corazón:

«Si no puedo ayudar a que vivas, tampoco voy a ayudar a que mueras».

Soy padre de un adicto y cuando pensaba que ya lo había vivido todo con la adicción de mi hijo, me di cuenta que aún me quedaban cosas, situaciones por vivir.

Mi hijo ingresó en la comunidad terapéutica de Guadalsalus, no por su propia voluntad, sino por problemas con la justicia e hizo un recorrido en la comunidad con los altibajos propios de la enfermedad. Esto provocaba en mí las emociones negativas predominantes en los familiares de los adictos: la impotencia, la tristeza, la rabia, la culpa, etc.

Gracias a las formaciones y a las terapias familiares, entendí que los padres (o familiares) no tenemos la culpa, podemos cometer errores, pero no somos culpables. También entendí que no puedo ser salvador de mi hijo, no puedo evitarle responsabilidades y sí darle amor exigente y de este amor es de lo que os voy a hablar.

Son muchas las veces que estando mi hijo en la comunidad y luego en el centro ambulatorio, le dije que yo lo quería mucho, pero que lo quería bien. Y que yo no estaba dispuesto a vivir más con un adicto en consumo.

Después de casi 8 meses de tratamiento, mi hijo me dice que quiere abandonar las terapias porque él ya estaba curado y tenía las herramientas necesarias para vivir sin consumo.

Como padre que no he parado de informarme y de pedir ayuda, sabía que esto era otra mentira más propia de la enfermedad por lo que, con todo el dolor de mi corazón, le repito las palabras que tantas veces le había dicho y lo invito a salir de mi casa si abandona.

Se fue con lo puesto. Mis últimas palabras hacia él fueron: «fíjate si te quiero que te echo de casa, porque contigo sí vivo, pero con tu adicción, no».

A los 5 días de irse, mi hijo pidió ayuda y lo volvimos a internar en comunidad. Ni que decir tiene que ya había consumido de todo y se encontraba muy mal. Aunque pensé en todas las veces que me había dicho lo de las herramientas y que él estaba curado, no quise juzgarlo.

Estuvo de nuevo 10 días ingresado y cuando salió, al ir a terapia por la tarde, llegó diciendo que él quería rehabilitarse de algunas sustancias, pero que de otras no. Él quiere una rehabilitación a la carta, cosa que es imposible. O cambia su vida o sigue con la mala vida.

Él decidió seguir con la vida de consumo y de nuevo me vi en la obligación de echarlo de mi casa. Esta vez, además de lo que siempre le repetía le añadí que si algún día estaba dispuesto a cambiar de vida, que me buscara y que yo siempre estaría para ayudarlo. Pero que si daba él ese paso, antes se lo pensara muy bien porque no íbamos a entrar en el bucle ese de «ahora estoy dos meses sin consumir y luego vuelvo» y así.

Hace más de 3 meses que mi hijo está en la calle y, aunque no estoy feliz de cómo se están dando las cosas, sí siento que estoy en paz. Que hay veces que la mejor ayuda consiste en no ayudar, pero sobre todo y como empecé esta carta, si no puedo ayudar a que viva, tampoco lo voy a hacer a que muera. ¿Hay prueba de amor más grande?

José Antonio Lama

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